El Jardín Etnobotánico de Oaxaca - Hotel Victoria Oaxaca

El Jardín Etnobotánico de Oaxaca

Arte, naturaleza y sustentabilidad

De entre las cosas que más me recomendaron hacer durante mi primer viaje a la ciudad de Oaxaca fue visitar el Jardín Etnobotánico. Había recibido cualquier cantidad de consejos: tlayudas, mezcales, moles, mercado, pero esta fue una sugerencia muy puntual e inédita.

De este estado, conocía solamente la costa y, sí, es impresionante y abrumadora en su tropicalidad y vegetación, sin embargo no había prestado una atención específica como la que ahora me demandaba esta especie de misión.

Los árboles me llamaron mucho la atención desde que dejé el aeropuerto: son rotundos, protagónicos, te obligan a verlos y a reconocerlos o a saber que nunca habías visto uno así.

El Jardín Etnobotánico lo vi ese mismo día, desde el exconvento de Santo Domingo a cuyas espaldas está. De hecho, originalmente el terreno en el que ahora se encuentra el jardín formaba parte del huerto del convento y todo el conjunto actualmente constituye el centro Cultural Santo Domingo.

A la mañana siguiente, sin embargo, fue cuando tomé la visita guiada.

El objetivo del Jardín Etnobotánico -cuyo diseño estuvo a cargo de Francisco Toledo y Luis Zárate- no es solamente compilar la flora y tipos de suelo de cada región y clima del estado. Las 965 especies que tiene el jardín representan apenas alrededor de 11% de la flora de Oaxaca.

Cada espécimen ha sido elegido por tener relevancia cultural para Oaxaca: son plantas que tienen y han tenido desde hace siglos, un sitio en la vida cotidiana o en la medicina tradicional de los habitantes del estado.

Pero más allá del recinto, de la historia, de lo fascinante de las plantas y de la serenidad que experimentas al caminar por el jardín -pese al calorón de principios de junio-, el Jardín Etnobotánico funciona muy bien porque hay una idea detrás, hay, por utilizar un término del arte, una curaduría.

Así, el inventario botánico más que ser exhaustivo es narrativo: cada planta va hilando una historia con los tiempos y lugares en los que ha estado y genera un significado nuevo tanto para las demás plantas con las que convive como para sí misma.

El Patio del Huaje, creación de Francisco Toledo junto con la fuente que ahí se encuentra, La Sangre de Mitla, me parece un ejemplo perfecto de esta síntesis fascinante entre tradición indígena, colonia y una actualidad perfectamente bien asumida que logra el jardín -y, me aterevería a decir, la ciudad de Oaxaca-: en el patio hay un ejemplar del árbol del huaje (Leucaena leucocephala que, por cierto, da nombre al estado de Oaxaca), el agua de la fuente está teñida de rojo con grana cochinilla, colorante de uso tradicional que se extrae del insecto Dactylopius coccus; una cactácea trepadora, la pitahaya (Hylocereus undatus) adorna una pared y el resto es la cantera colonial del convento.

Por último, este jardín es un ejemplo de la sustentabilidad y multidisciplina que debe contemplar cualquier proyecto de vanguardia. Cuando se remodeló Santo Domingo se implementó un sistema de recolección de agua, con canales que corren por todo el jardín -la función no es solamente estética, sirve para que el agua se mantenga en movimiento- y que desembocan en una cisterna con capacidad para 1.3 millones de litros, suficientes para satisfacer durante seis meses las necesidades actuales del centro cultural y que se llena en dos o tres días en tiempo de lluvias.

Hay además un vivero, un banco de semillas, un herbario y una biblioteca especializada.

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